He pasado casi un mes con El idiota, de Fiódor Dostoyevski. Ha sido una lectura obsesiva, masoquista y, reconozco, a veces difícil. Llevaba años queriendo leerlo, pero su extensión, de más de novecientas páginas, siempre me echaba para atrás, hasta que hace unas semanas, después de leer Stolen focus, de Johann Hari, me dije: ahora o nunca.
Y lo leí. Por fin. Inserte aquí su gif animado viejuno de gatos de fiesta.
Solo puedo decir que ha merecido la pena, más allá de sus novecientas páginas, de pasarme horas en casa con el libro encima, de haber tenido que releer algunos pasajes y preguntarme sobre la importancia de poner tantos diálogos y secundarios. Con respecto a esto último, el mismo Dostoyevski, al inicio de la cuarta parte, nos lo explica.
Justo en el very beginning de la cuarta parte el autor nos habla de los personajes mediocres y su importancia en la trama. Después de comentar que los escritores tienden a escoger personajes que idealizan y ejemplifican los rasgos de la mayoría de personas hasta el punto de reconocer a conocidos como versiones atenuadas de estos personajes, se pregunta sobre qué hacer con los personajes ordinarios. Suprimirlos es imposible y hacer que todos los personajes tengan sean inauditos iría en contra de la verosimilitud del texto.
Su propuesta, continúa, es potenciar el carácter ordinario, condenarlos a luchar por salir de su mediocridad, se convierten en «una medianía que a toda costa se resiste a quedarse en lo que es y quiere a toda costa hacerse original e independiente, sin tener la más mínima capacidad para la independencia».
Dentro del grupo de personajes mediocres, Dostoyevski hace una división según su nivel de inteligencia, dice, o autoconsciencia, podríamos decir también. El mediocre ignorante es feliz, el mediocre consciente de su mediocridad es infeliz. El ordinario poco inteligente se puede conformar con imaginarse que es excepcional, quedarse con la la estética de la excepcionalidad, pone como ejemplo un corte de pelo, unas gafas azules. Sin embargo, el mediocre inteligente es consciente de su incapacidad, de ser un quiero y no puedo, de su camino banal, que termina con que «el hígado se resiente, poco más o menos, y eso es todo».
Se trata de una reflexión muy interesante e inesperada. No recuerdo ninguna novela que haya leído durante estos últimos años (siempre voy a leer menos de lo que puedo y muchísimo menos de lo que me gustaría, para qué negarlo, he aquí la gran tragedia del lector, del mediocre autoconsciente que esto escribe) que incluyera una reflexión semejante. Llevo varios días dándole vueltas. Cuando Dostoyevski habla de esta mediocridad en algunos de los personajes y su importancia para cualquier novela, recordemos que el libro está escrito en 1868 y es una novela psicológica, lleva más de veinte años publicando y desarrollando su estilo, lleno de personajes memorables. Muchos de ellos son mediocres. Cumplen con la función de acompañar a los protagonistas y los principales secundarios.
Por ejemplo, en El idiota, el príncipe Myshkin es un ser puro, bueno, con una inteligencia brillante e incisiva. Vuelve de Suiza, donde ha vivido años para recuperarse de la epilepsia. Es capaz de ver el dolor de los otros personajes, como el de Nastasia Filíppovna, sin embargo la mediocridad de los secundarios no harán otra cosa que poner trabas, desquiciarlo, probarlo e insultarlo, incapaces de comprender ni a Myshkin ni sus motivaciones bondadosas.
Estos secundarios son los que dan el salseo de la novela, salseo chungo debo decir y que, aunque Dostoyevski diga que son mediocres, lo son de una manera arquetípica: tienen sus funciones dentro de la novela, sus caracterizaciones están bien definidas. Esta misma mediocridad está perfectamente marcada, tanto en su patética autoconsciencia o feliz inconsciencia. Es más, al ser mediocres dejan espacio al desarrollo de la trama y de los personajes principales, e interaccionan con ellos como si fueran postes fijos, dan el apoyo que necesitan para mantener la trama contenida y alineada. El cambio de los protagonistas es lo importante, y cada secundario, con sus mediocridades, en El idiota, sirven como catalizadores.
Por cierto, El idiota es puro salseo. Amor, celos, abuso sexual, familias desestructuradas, herencias, intentos de suicidio, nihilistas, está todo lo que esperes encontrar y más, mucho, mucho, mucho más.
(Referencia: El idiota, Fiódor Dostoyevski, 1868, Alianza Editorial, Sexta reimpresión de la tercera edición, 2021, traducción de Juan López-Morillas. El fragmento es de las páginas 683 a 692.)