
¡Leer, qué placer! Somos culpables de leer hasta que se nos caen los párpados, de aprovechar cada hueco libre para pasar unas páginas y, también, de intentar sacarle el máximo jugo a las lecturas. Porque para hacerlo, para disfrutar de esta afición que también es aprendizaje y pasión, hay truquis.
Primero, antes de empezar a hablar de cómo exprimir un libro, vamos a contar qué no sirve. No sirve leer con prisas, ni leer en diagonal y, mucho menos, de nada sirve seguir esos cursos que, supuestamente, le enseñan a uno a sacar el máximo provecho a la lectura en el menor tiempo posible. Leer requiere paciencia. No podemos esperar leer Guerra y paz en diez minutos, o pensar que un texto, por breve, va a ser más fácil de leer porque tiene menos palabras. Al contrario, cada persona es un mundo, y cada libro es otro mundo:
una persona x un libro = un mundo x un mundo = dos mundos
Tenemos dos mundos que buscan encontrarse y conocerse. Desde Leemergence hemos preparado una lista de nueve ideas que, tal vez, puedan ayudar para disfrutar de la lectura.
1. Apagar el móvil (o en su defecto dejarlo bien lejos)
Empezamos con la idea más polémica y, tal vez, la más difícil de lograr hoy en día. Casi todos tenemos un teléfono móvil. La mayoría son teléfonos inteligentes, llenos de aplicaciones que luchan por captar nuestra atención. Es muy probable que recibamos pronto un mensaje en alguna red social, haya una publicación interesante que debemos conocer o recibamos una llamada. Esto nos hace estar pendientes de la pantalla de cristal, mirar a ver si se enciende la lucecita o escuchar un pitido o una vibración.
Desde luego un teléfono móvil puede parecer un buen aliado para la lectura. Nos puede ayudar a buscar información o una definición. Sin embargo, los riesgos son demasiado grandes y podemos acabar distraídos en cuestión de segundos. Por ejemplo: si buscamos información acerca de un personaje histórico podemos acabar leyendo una entrada en Wikipedia, mirando páginas que narran sus hazañas, después yendo a una red social para compartir nuestro descubrimiento, y cuando nos queremos dar cuenta hemos olvidado por dónde íbamos y qué ocurría en la historia. Descubrir una referencia no es algo tan urgente que nos vaya a hacer cambiar nuestras vidas en cuestión de segundos. Podemos usar papel y lápiz para buscarlo más tarde, si al final lo consideramos digno de investigación (ver punto 6). Esa búsqueda puede esperar a un momento más adecuado. Estamos leyendo.
2. El silencio
Si en el anterior punto descartamos el móvil, ahora vamos a tratar del resto de posibles distracciones. Admiro a la gente que dice: oh, yo puedo leer con la tele de fondo, es más, el murmullo me ayuda a concentrarme. Esa capacidad de concentración es digna de un maestro zen. Por desgracia, para los que no poseemos el arte de la concentración máxima y nos empanamos ante el sonido de una mosca, cualquier sonido puede convertir el clímax de una novela en la lista de la compra.
Una lectura profunda y sosegada no necesita distracciones. Tenemos muchísimas distracciones, la mayoría de ellas no las podemos controlar. ¿Qué hacer si nuestros vecinos están en obras, hay mucho tráfico o tenemos mascotas demandantes? Obras y vecinos molestos no desaparecen con un chasquido de dedos, y taparlo con una barrera de música no es la mejor solución. Las canciones duran poco, son diferentes entre sí, y podemos acabar cantando a la vida y al amor en lugar de leer el sufrimiento de nuestros protagonistas. Unos tapones de espuma pueden servir para amortiguar el sonido. Los auriculares de obra, los mismos que usan los operarios de los martillos neumáticos, funcionan mejor.

3. Despejar la cabeza y renunciar a la multitarea
Leer ayuda a despejar la cabeza. Ya sea con historias románticas o de terror, con textos académicos o con poemas épicos, sumergirse en un libro ahuyenta las malas ideas y los coletazos de los pequeños sinsabores del día a día. Sin embargo, si estamos leyendo y dejamos que los pensamientos externos entren, corremos el riesgo de empezar a pasar los ojos sobre las palabras sin enterarnos de qué pone, o limitándonos a recoger la información más básica de un texto.
Aquí también entraría el mito de la multitarea. Cuando tenemos a nuestro alrededor tantas cosas luchando por nuestra atención, es fácil dejarnos llevar e ir cambiando de foco. Leemos cinco minutos, pasamos a la distracción primera, leemos una página y nos acordamos de un recado pendiente, leemos dos capítulos breves y pasamos a otra distracción, volvemos al texto, etcétera. De esta manera ni nos sumergimos en la lectura, ni tampoco atendemos a las distracciones con toda nuestra atención porque queremos seguir leyendo. Para eso tenemos el papel y el lápiz (ver, otra vez, el punto 6).
4. Adaptarnos a nuestros ritmos de lectura
Este punto es esencial. Si no somos conscientes de nuestra capacidad de concentración, nuestra velocidad y nuestro ritmo de lectura, no vamos a poder disfrutar de un libro. Yo mismo peco de intentar leer más tiempo seguido del que soy capaz. Como consecuencia leo una página o dos, o más, y luego no sé qué he leído. Tiempo perdido, y lectura frustrada.
Como adultos, todos tenemos una capacidad de concentración limitada. A veces solo podemos estar cinco o diez minutos haciendo una tarea sin buscar otro estímulo o acabar agotados. O veinte minutos, o media hora. ¿Quién no se ha aburrido nunca en una clase aun interesándole la materia? Si solo podemos leer diez minutos, aceptémoslo. Leer es disfrutar, no una condena ni un castigo, y distraerse no es señal de que una lectura no guste. Al contrario, en la lectura una retirada, o un parón, a tiempo es una victoria. Un descanso de cinco minutos para buscar definiciones o información, estirar las piernas o picar algo es más provechoso que estar una hora siguiendo una hilera de letras con la cabeza en otro lugar.
5. Comodidad, pero no demasiada
Es recomendable estar cómodos para disfrutar de la lectura y profundizar en un texto. Pero no demasiado. ¿Por qué? Si estamos demasiado cómodos, como echados en un sofá o en la cama, podemos acabar adormilándonos. Si estamos adormilados ya nos podemos despedir de los matices que puede esconder un texto. Iremos a lo importante, si es que no caemos directamente dormidos.
Esto es un problema cuando estamos leyendo una novela para entretenernos o relajarnos. Directamente es un bloqueo incapacitante si, en cambio, queremos leer un ensayo o un texto académico, en donde cada palabra está elegida al milímetro y revisada por otros académicos. Pretender sacar el máximo provecho a un texto así en el sofá, con una brisita corriendo por entre las ventanas y un refresco y un plato de kikos al lado es una utopía. Ojalá. Es importante leer un texto eligiendo el lugar según el tipo de texto a leer y cuál es el objetivo de nuestra lectura. Cada uno se conoce y conoce los lugares más adecuados para leer. Se trata, simplemente, de elegir con cuidado cuándo y dónde leeremos según qué debamos leer.
6. Papel y lápiz
Antes lo mencionamos: tener papel y lápiz a mano. El papel y el lápiz nos sirven para vaciar la cabeza de cosas a recordar, de ideas brillantes y dudas irresolubles. A veces podemos descubrir en una lectura a un personaje histórico o una idea interesante sobre la que queremos investigar. Si vamos a hacerlo mientras leemos se acabó la lectura, como mencionamos antes. Si, en cambio, lo apuntamos, cuando llegue el momento podemos hacer nuestra búsqueda si todavía nos interesa. Lo mismo ocurre con las ideas brillantes. Es mejor dejarlo anotado en papel que no en nuestra cabeza. Dejándolo apuntado nos damos la oportunidad de volver a leerlo más tarde y no olvidarlo. De la otra forma esa idea que tanto nos apasiona puede convertirse en un estorbo para la lectura o la podemos olvidar. Lo mismo con las dudas, ¿nos acordaremos después de leer de esa cuestión surgida durante la lectura? Seamos realistas: probablemente no.
El lápiz también ayuda para escribir en los márgenes de los libros. Para eso los compramos, los libros. No para dejarlos en la estantería haciendo bonito. Un libro anotado es una vida nueva que se le otorga al libro. Anotar nos sirve para hacer una lectura más profunda, nos ayuda a reflexionar sobre lo escrito, criticarlo, evaluarlo. Si no, ¿para qué compramos los libros? Un libro sirve para algo más que hacer bonito. Es un objeto diseñado con amor y con cariño, y también es una historia que ha sido trabajada durante mucho tiempo, en ocasiones años, hecha para nosotros los lectores. La mejor forma de honrar un libro es haciéndolo nuestro, y anotarlo es una forma muy digna de hacerlo.

7. Un diccionario a mano
¿Un diccionario? Sí, exacto. Un diccionario. Ese viejo libro con un montón de palabras ordenadas nos puede salvar de la incomprensión más absoluta en cuestión de segundos. Depende de cómo de rápidos seamos buscando palabras. Su mecanismo es muy sencillo, basta con seguir el orden alfabético y entender las abreviaturas, para encontrar la definición de ese palabro que nunca habíamos leído antes. El diccionario, junto con el papel y lápiz (ver punto anterior) forman un equipo de lujo ayudándonos a ampliar nuestro vocabulario sin arriesgarnos a irnos demasiado de la lectura.
Aquí podríamos objetar: tenemos el móvil que nos da la palabra con una búsqueda veloz. Abrimos la aplicación de traducción o de diccionario y ya lo tenemos. Sí, como también tenemos las alertas de redes sociales, noticias que no hemos pedido y los correos electrónicos que no necesitamos responder para seguir con la trama. El diccionario cumple una función, darnos definiciones, sin exponernos a todas las distracciones del mundo digital. Los escritores quieren ser entendidos, no se inventan palabras. Un texto académico es otra cosa, se puede esperar un mínimo de especialización, sin embargo gran parte de la información necesaria para entenderlo está explicada en el mismo artículo. Con un diccionario abreviado nos sobra para encontrar la inmensa mayoría de palabras desconocidas.
8. Adaptarnos al tipo de texto que vamos a leer
Cada texto es un mundo, como cada lector, y cada texto tiene sus necesidades. No podemos leer una novela de varios tomos como leeríamos una trilogía de aventuras o un poema. Esto, que puede parecer obvio, no lo es tanto. Es importante que tengamos en cuenta qué nos quiere decir el autor y cómo se construye el texto para disfrutarlo. Si no, corremos el riesgo de no entenderlo, de aburrirnos y dejarlo de lado, o de malinterpretarlo.
Es por eso que, por ejemplo, cuanto más corto es un relato, más importancia tienen sus palabras. Una novela larga, en cambio, va a tener muchos pasajes diferentes, con tonos y temas de lo más variopintos, con tramas y subtramas, que tal vez no tengan nada que ver con el resto de tramas. O sí, porque una lectura en profundidad nos puede revelar matices y dobles significados que una lectura rápida o diagonal se saltará. Igual pasa con un artículo académico. Leer un paper como si fuera un cuento no es la mejor forma de hacerlo. Será mucho más provechosa una lectura desordenada: primero la introducción, luego la conclusión y, si nos interesa, pasamos a leer el resto. Y así con todas las tipologías de los textos.
9. Tener un rato fijo al día para leer y crear un hábito
Vamos con la novena idea: los hábitos de lectura. Si las anteriores nos pueden servir para construir un hábito, poder fijar un momento del día, aunque sea breve, para leer, nos ayudará a crear el mejor hábito posible: la constancia. Leer siempre en un mismo momento del día nos puede ayudar a despejar la cabeza de los asuntos del día a día, relajarnos y tener listo el entorno para leer. Es, por tanto, un círculo virtuoso.
Aceptémoslo: es muy difícil, con nuestros horarios locos, en los que tenemos que compaginar trabajo y vida personal, educación propia y tareas de mantenimiento y de salud (léase ejercicio físico). Encontrar media hora puede llegar a ser imposible. Eso sí, merece la pena encontrarlo. Ese momentito de lectura nos puede ayudar a desconectar de esos mismos problemas que nos impiden encontrar ese momentito. También nos sirve para aprender, entretenerse o disfrutar, y como consecuencia podemos aprender a relativizar esos mismos problemas y ver que, unas páginas después, tampoco son tan problemas.
Bonus: ¡Disfrutar!
Por último, vamos con la idea más importante que debemos tener en cuenta a la hora de leer algo. Si no disfrutamos lo que estamos leyendo no vamos a poder aprovechar al máximo la lectura. Da igual que estemos leyendo el mejor libro del mundo, el texto más importante de la historia o el poema más hermoso jamás escrito.
¿Qué te han parecido estas ideas? ¿Cómo encaras una lectura? ¿Habías reflexionado sobre cómo leemos? Esperamos que estas ideas te hayan gustado y te sirvan para encontrar tus propios métodos de lectura. Por favor, no dudes en compartir con nosotros tus trucos más habituales para leer.
3 respuestas a “Nueve ideas para aprovechar al máximo una buena sesión de lectura”