Uno de mis propósitos de Año nuevo fue aprender a escribir. Se dice fácil, y en teoría todos sabemos escribir. La escolarización y tal. Pero tras ver el número redondo, perfecto, nulo, de mi producción literaria, tal vez lo que tengo escrito es malo.
Y ese es el mejor principio que uno puede tener.
Lo que hacemos, sin formación de algún tipo, es malo. Me he autoengañado muchas veces yo mismo al decir que ese relato es bueno porque a mí me gusta el resultado, porque le he dedicado mucho rato, porque expresa lo que yo quería expresar. Paparruchas, que dirían los viejos. Es malo, y punto. Y no es pura autoflagelación. Se trata de saber dónde está uno.
Eso es difícil. Fuera hay mucha gente que va a decirte lo bueno que eres, lo bien que escribes o haces lo que creas que haces bien. Gente que por compasión, por ser familia, porque tienen algún interés, te lo van a decir. Hasta te ofrecen la posibilidad de, a cambio de un módico precio, promocionar lo que haces con tanto amor como poca calidad. Y así estamos, con toneladas de arbolitos cortados y triturados para fabricar más libros que, por desgracia, lo único que aportan es un poco de vanidad al autor.
Por eso, mientras dediqué el año pasado a escribir lo que pensé era una buena novela, este lo dedico a tirar todo eso a la basura, aceptar la realidad de que no sé escribir. Paso uno completado: Aprender que uno sabe que no sabe.
¿Y el siguiente?
Paso dos: aprender.
Ahí estamos. Aprender a escribir. Leer libros, posts, asistir a cursos y talleres de escritores buenos, que uno admira. Y, sobre todo, equivicarse.
Tengo la sensación de que, de cada dos palabras que escribo, tres están mal. Y eso es bueno.
El siguiente paso no sé cuál será. Si es perder la vergüenza por hacerlo mal o aprender las reglas del oficio para, al menos, lograr un aprobado raspadito en cuanto a estructura y elementos formales, ya es mucho.
Pero esto es un blog de reseñas, no un cartel de un escritor frustrado, pensarás. ¿Por qué toda esta chapa?
Hace unos días nos llegó un correo electrónico preguntando si hacemos reseñas de libros autopublicados. Nos llegan correos así de vez en cuando. A veces me quedo con las ganas de preguntar por qué quieren que hagamos una reseña de un libro autopublicado. Nosotros reseñamos por los placeres de reseñar y de aprender. Un libro publicado por una editorial, al menos, nos ofrece un respaldo: alguien está dispuesto a apostar por el libro y jugarse los cuartos, que es lo que importa. Si el libro es malo pero se publica por otras razones, ya sea porque tiene tirón comercial, el autor es un pedante prestigioso o tiene el apellido adecuado, al menos aprendemos que no es cuestión de calidad por lo que a uno le publican. Y ese, también, es un grandísimo aprendizaje. Quizá más importante que escribir bien.
Por eso reseñamos, leemos y aprendemos todo lo posible. La buena literatura es muy difícil de encontrar, y más difícil todavía de hacer.
Felices lecturas.
V.